sábado, 15 de diciembre de 2018

En respuesta a: Hay indicios de espiritualidad más allá del Homo sapiens

Este artículo nace como respuesta (demasiado larga para ser incluida en la sección de comentarios) al artículo de Federico Gómez publicado en Tendencias 21: Hay indicios de espiritualidad más allá del Homo sapiens sobre la presencia de espiritualidad y protoreligión en los animales, algo que no creo que exista.

Respuesta:

Creo que se confunde lo que es espiritualidad con otras características que se consideran típicamente humanas como darse a los otros, sacrificarse o amar, por ejemplo.

Sin embargo la espiritualidad no es exactamente eso. Igualmente la definición de protoreligión dada en el artículo me parece tremendamente ambigua y confusa y no necesitaré acudir a una definición más concreta y clara de la que se da a entender en el escrito para aclarar que conductas, que sin lugar a dudas, el autor considera signos de una protoreligión como el altruismo, el sacrificio por los otros, el amor, el odio o la venganza, están perfectamente documentados desde hace ya tiempo por la sociobiología y la etología en el mundo animal.

¿Qué mayor servicio puede proporcionar un hombre o una mujer que dedicar su vida entera a la comunidad en la que vive, renunciando incluso a tener pareja y descendencia para dedicar su vida enteramente a los demás?  Sin embargo, esta misma conducta la encontramos en los insectos sociales como hormigas, abejas y termitas, donde la mayoría de la colonia no trabaja para sí misma, sino para su comunidad, sin reproducirse y dedicando su vida entera a los demás y donde una hormiga soldado, por ejemplo, no dudará en morir defendiendo a los suyos.

Como este hay muchos más ejemplos. La cuestión está en que lo que nos hace humanos no son estas características, que son comunes a muchos animales sobre la Tierra, sino precisamente la capacidad de comprenderlas y transmitirlas.

Ningún animal es capaz de comprender lo que le sucede, así como las causas de lo que le rodea, al menos no con la profundidad con la que lo hacemos los hombres. Ninguno es capaz de explicar a su descendencia lo que aprendió sobre el mundo durante su propia vida, cosa que es la base de la civilización humana.

Esta capacidad de comprender y de transmitir conocimientos complejos sobre el funcionamiento de las cosas se vio en la necesidad de rellenar lagunas que se escapaban a su comprensión, como la muerte, el sol, las estrellas, las estaciones, el nacimiento de una nueva vida, las desgracias, el sufrimiento. Ahí creo yo que nace la espiritualidad, cuando una inteligencia más desarrollada que cualquier otra y evolucionada para buscar causas y efectos tiene que explicar sucesos que escapan totalmente a su comprensión. Probablemente la espiritualidad y la religiosidad tengan una fuerte componente evolutiva, como adaptación para poder explicar, como un mecanismo adaptativo más, un mundo donde nuestra mente no puede captar y explicar todo.

En cuanto a los neandertales, se sabe que se han hibridado con el Homo sapiens ya que tenemos un 2% de sus genes (puede consultarse este artículo sobre el tema: Hibridación entre neandertales y humanos modernos. Estado de la cuestión).

 Aunque el concepto de lo que es una especie es resbaladizo y en ocasiones contradictorio o casi inaplicable (como pasa con muchas bacterias) en general se considera que dos especies son distintas cuando, en condiciones naturales, no se reproducen, cosa que evidentemente sí ha sucedido entre neandertales y sapiens. Esto significaría que los neandertales son de nuestra misma especie y por lo tanto no es raro que tengan ya el inicio de lo que es nuestra religiosidad. Evidentemente eran ya inteligentes.

En definitiva, no creo que exista ninguna protoreligiosidad ni espiritualidad en los animales ya que carecen de la inteligencia suficiente para articular la más mínima idea abstracta sobre el tema y mucho menos de transmitirlo a sus semejantes o sus propios hijos. Incluso aunque una madre elefante se quede días junto a su hijo muerto. El amor materno-filial llega a límites insospechados también entre organismos nada sospechosos de tener una elevada inteligencia como la araña Stegodyphus lineatus cuyas madres se dejan comer por los hijos como sacrificio personal (sublime si hablásemos de seres humanos) para que su descendencia pueda sobrevivir en ausencia de alimento (véase el artículo: Matrifagia, el sacrificio supremo de una araña aterciopelada).